Durante las once semanas de los pandémicos meses de junio, julio y agosto de 2020 publiqué todos los viernes en La Nueva Crónica unos breves textos acompañando fotografías. La sección se llamaba Un día perfecto. Tanto las imágenes como las paridas son caniculares y estivales. Empiezan con El Cantábrico me hace gorda y terminan con Siempre es verano en algún sitio. Sí. Siempre lo es. Eso nos salva.
Geografía humana
— A mí el Cantábrico me hace gorda.— Deja de repetir eso, Marisa, que pareces retrasada.
En la terraza del Charlot Snack Bar todo parecía tener bordes masticantes. Desde que se había sentado a Marisa le habían mordido por orden no alfabético: las sandalias en tres sitios diferentes, el aro del bañador (¡¿por qué hacen todavía bañadores con aro?!)…
— Porque sujetan.
— Eso era una digresión del narrador, no podías oírla.
— Pues vale.
…la goma del pelo, una horquilla que le agarraba la goma, la silla metálica en el culo y en la cintura…
— Hacen sillas para niñatos de estos de ahora, que son convexos. En estas sillas no cabe gente normal. Y si saben que venimos en bañador, ¿por qué no ponen algo para que no se te peguen los cachetes a los hierros? Que además dan cosa.
— Tu vida está llena de interrogantes.
— Yo, en el Mediterráneo… quepo.
— Todavía.
— Digo en las sillas, gracioso. Y en la ropa. Y en todo. Pero el Cantábrico me hincha.
— Interrogantes y misterios físicos.
— Igual es porque está más frío.
— ¿El mar?
— Y el clima: el frío dilata la materia.
— Es al revés.
— Pues no. Mira el hielo. El hielo es más gordo que el agua.
— Eureka.
— Y las personas estamos hechas de agua.
— Y, ahora mismo, de dos claras y un pincho de tortilla. ¿Te pido otra?
— De eso no es. Si es que no escuchas.
Los accidentes del verbo
— ¡Ay!, no metí el libro. ¿Ahora qué hago?
— ¿En la playa, Fede? Pues bañarte y mirarle el culo a la gente. Como todo el mundo.— Ya sabes que yo en la playa, leo.
— Porque eres sensible e intelectual.
— Y porque no te aguanto.
— Eres sensible, intelectual y un gran conversador.
Rebusca en la bolsa que se va llenando de arena procedente, según parece, del suelo y el cielo a la vez.
— Bueno, tampoco me he traído las gafas…
— Eres sensible, intelectual y memorioso.
— Como Funes.
— ¿El de Las aventuras de Rabbi Jacob?
— Aunque aquí no puedo disfrutar del olor del libro. Hay demasiados aromas. Yodo, sulfuro de dimetilo… ¿Sabías que la fragancia del mar se llama maresía?
— A mí me huele a Nivea, a pañales usados y al Winston que se está fumando aquella señora… ¿El olor del mar tiene nombre?
— Todo tiene nombre. Los libros nuevos huelen al etilo vinil acetato y al dímero alquil centeno del pegamento con el que unen los lomos.
— Lo del dímero centeno parece de una canción de Los Panchos. ¿Tabaco tampoco traerías?
— No querías fumar.
— Me está oliendo a gloria el rubio de la gorda esa.
— El tabaco y los libros viejos en cambio comparten el perfume a lignina.
— Si sigues olfateando cosas en vez de libro te tenías que haber traído la correa de Rocky.
— Voy hasta el kiosco. Y así compro tabaco y el periódico.
— ¿Trajiste dinero?
— ¡Ay!
— Te saco la foto y luego le mando el documento a Aliexprés para quejarme: esto no es lo que pedí.— Me parto contigo, Horacio.
— ¿Para qué me dices que te retrate si luego me obligas a borrarlo todo?
— Porque me sacas fatal.
El hombre aparta el móvil, se baja las gafas y mira los filtros de la cámara.
— Anda. Mira. Si quieres… salen sepia.
— ¿Las fotos?
— No. Las raciones. Tiene más opciones esto que el Alimerka de aquí. Modo belleza. ¿Te hago una en modo belleza?
— ¿Hay modo fealdad?
— El normal, supongo.
— Vete a la mierda. Tú sí que tienes dos modos: o el hormiga, que se ve hasta Ponferrada y salgo yo chiquitina; o el monstrua, que se me cuentan los poros y los pelos y todo.
— Es que no puedes estar a una distancia media.
— ¿Cómo que no?
— ¡Porque tú estás siempre por encima de la media!
— Huy, qué mono.
— Saca morro y di papito.
— Ya la cagaste. Yo lo que quiero son imágenes que cuenten una historia.
La mujer sube y baja los brazos como cree que lo haría Nuria Espert.
— Y contar otra en el Instagram.
— Para eso son las redes: para que la gente pique. Para ver miserias, los telediarios. Espera que me pinto.
— ¿No estabas maquillada? ¿Así que las que te he sacado este rato…?
— Te dije que compraras un carrete de treinta y seis.
— No hagas bromas de Kodak, que tenemos la misma edad.
Ella ya directamente en Gloria Swanson.
— ¡Las actrices no tenemos edad!
— Ni yo batería.
La casa de Atenea
— ¿Qué pasa, páter? ¿No sale Dios? Igual se escapó. Como no hay tejao. ¿Tiene un cigarro, páter?
— La murga a tu madre, niño.
El sacerdote barbudo manotea tratando de apartar al alagartijado crío como si fuera un insecto. Sin éxito. El chaval no calla.
— En realidad adoraban a más de un Dios. El más importante era una tía. ¿Tiene un euro, eminencia? Igual por eso no le sale. A las tías les gusta hacerse las fotos ellas solas como está haciendo usted. Si no, luego ponen pegas. Aparte de que no me dejan el móvil, por si se lo robo.
— En las fotos de los templos no aparece Dios, como en las fotos de las personas no aparece su alma.
— Cuánto sabe, santidad. ¿Le cuento lo de los sasánidas?
— No me cuentes lo de los sasánidas.
— A los turistas les impresiona más lo de los turcos. Pero usted no es un turista. Usted es un curioso. ¡Pertenece al mundo del espíritu y de la cultura!
— ¿Sabes lo que es un sicofanta?
— Un insulto, ilustrísima. Por el contexto.
— Un mentiroso por interés. En inglés ahora se utiliza para los que hacen la rosca.
— No se le escapa una, arcipreste. Vale. Yo no le enseño nada, porque es usted un sabio, pero me da cinco euros y le digo yo un bar donde no le timen luego con el café.
— Deberías saber que los clérigos somos pobres.
— Los que viajan, no. Como el papa católico. Pero usted no es católico. ¿Cuántos dioses cree usted que caben aquí solo?
— Tienes un concepto de las divinidades muy curioso: templos como jaulas, santidad por metro cuadrado…
— Venga, jefe, le hago yo la foto buena, que lo de los selfies es muy triste. Gratis. Luego me da lo que quiera. Si ve que me escapo con el teléfono, me arrea con el palo.
— También tienes una idea muy rara de lo gratis.
— ¿Le saco con una diosa guapa?
— Venga.
Desde lejos sus siluetas son un Fidias niño tomándole medidas a un viejo sátiro.
El desayuno alemán
— La telemetría en Nürburgring lo es todo.
— El infierno verde. Los neumáticos. Si te equivocas, se acabó.— Eso era hace la tira. Ahora los circuitos son seguros.
— Poco han cambiao chicanes y pianos. Por eso se mató Niki Lauda. El fatídico kilómetro trece. ¡El peralte Karussell! Ni puta idea tienes.
— No se mató. Se churruscó la oreja nada más.
— ¿Tú no tenías que ir a Delegación?
— Ya estuve. En Delegación, en la Diputación, en el Ayuntamiento y en la Cámara.
— ¿Y ordeñar?
— No hice otra cosa. Pero no salía nada.
— ¿No te daban para quitar las vacas?
— La telemetría me daban. Ya quité la mitad.
Silencio durante cuarenta segundos.
— Vaya calorina.
Silencio durante cincuenta y tres segundos. Un gato mediano se frota una oreja en la pata de la mesa y se va por donde vino.
— Bueno.
El hombre más mayor acomoda el culo en el metal de la silla y se cambia la cacha de mano.
— ¿Qué prisa tienes?
Silencio durante treinta y un segundos.
— La Administración no se da cuenta de que somos el tejido productivo que vertebra la Comunidad. Y no apuesta, claro. No apuesta. Y que el gasóleo agrícola está a cero sesenta.
— Y el diésel normal a uno casi veinte.
— Lo que ahorró Niki Lauda matándose en Nürburgring.
— Que no se mató en Nürburgring, coño. Lo de Nürburgring fue en el setenta y seis. Luego siguió corriendo. Con la oreja vuelta y vuelta. Se murió el año pasao.
— De las secuelas.
Té en el harén de Arquímedes
— ¿Ves? Hay cosas que no se pueden hacer teletrabajando. Enfoscar. No se puede teleenfoscar.— Tampoco se puede enfoscar sin pasta. Haz.
— Así, de albañil, poca voy a hacer.
— Dos calderetas más y acabamos, aquí, el marco incomparable. Que mañana traen las puertas.
— ¿Se le pueden poner puertas al mar? ¡¿O muros a una epidemia?!
— Me parece a mí que ganas de currar tienes poquitas.
Las gaviotas graznan a gran volumen, alguien corta azulejos, sopla gregal, la luz se mueve y araña, el sol ciega y anula todo tono… el Mediterráneo toca los cojones.
— Ahora todos se matan por vivir en la costa, pero ¿sabes quién vivía al lado del mar hasta hace dos días? Marineros, soldados, pescadores… Pobres. Obligaos. Los ricos estaban en alto, en la orilla salubre del río. Aquí, niños desnudos chupando oricios y peleando las sardinas con los gatos. Cuarentena es una palabra náutica. Las olas solo traían pestes, galernas, miseria y piratas. Su espuma tiene el color de las calaveras y los huesos mondos.
— Piratas quedan bastantes. Joder, Mario, solo son las doce ¿Qué has bebido?
— Solo vino. ¿Sabes qué es el coñac? Vino hervido. Para que ocupe menos y poder llevarlo en barco. El Mare Nostrum es una sopa podrida donde se cuecen nuestros muertos y nuestras uvas a fuego lento.
— ¿Y la pasta?
— Eso, los fenicios.
— La Mare que te parió.
Fin de temporada
Era inevitable: el cling clang de las sillas de terraza apilándose le recordaba siempre el destino trágico de las resacas.
— Vámonos, que esta gente querrá echarse.
— La gente quiere muchas cosas. La moralidad esclava y el mal llamado espíritu gregario, que no es tal, nos lleva a la mansedumbre y la resignación.
— Ay, Dios.
— Yo no respeto sus anhelos. He llegado a un punto en que no respeto nada.
— ¿A la altura de qué cacharro has llegado a tan depurado nihilismo?
— El nihilismo sin depurar se llama oposición a notarías. ¿Por qué he de mostrar respeto o sentir siquiera consideración por los demás? El respeto debe ganarse. Schopenhauer y Nietzsche tenían razón: la voluntad del hombre superior debe prevalecer. Basta de timoratas cobardías judeocristianas.
— Ahora sí que no nos ponen otra.
— O sea, ¿que al Madrid no le pueden pitar un penalti a favor? Fíjate que es al único equipo al que, según alguna gente, no se le deben aplicar las reglas.
— Acabáramos.
— Y nunca pongas un doble pivote. Porque se estorban. Ni tienes más campo ni abres líneas de pase. Un pivote es un pivote. ¿Pones dos porteros?
— Me parece que no dejan. A alguno le encantaría.
Las cabezas calvas de los dos amigos recibían la luz de las farolas igualmente mondas como cucurbitáceos y temblones satélites.
— O sea, que el Madrid tiene derecho a que le piten los penales porque es el superhombre. ¿Te pido la última?
— Es lógica. Si juntas azul y amarillo te sale verde. No te sale naranja. Que esa es otra. ¿Qué segundas equipaciones son esas? ¿A quién se le ocurrió? Verde. ¡Rosa!… ¡No me jodas!
— Anda. Ya han cerrao. No nos han recogido ni la mesa.
— Dios ha muerto.
El pez plátano
— Marisa, las niñas.
— Qué calor. Las niñas. ¿Qué niñas? Eso es muy genérico.— Las nuestras. Unas niñas. Dos.
— Dame nombres.
— Que llevan en el agua once horas. Les van a salir branquias.
— Mejor. Así no se bajan la aplicación. Traje melocotones. Dales melocotones. Pero se los pelas. Que les da cosa tocarlos.
— Y a ti. Qué raro que no trajeras plátanos. El clásico. El relato más famoso de Salinger, muy veraniego, hasta tiene un plátano en el título. Al final el personaje se pega un tiro.
La mujer se incorpora en la toalla y se toca los tirantes del bañador.
— Nunca sé de qué hablas. ¿Qué hora es?
— ¿Cuál te gustaría? ¡Las doce!
— Esa hora no existe. Dime una de verdad. De las que salen en los relojes.
La mujer se vuelve a tumbar. Boca abajo esta vez.
— Voy a ir hasta el chiringuito a tomar una caña y a leer el periódico.
— Ya estoy despierta. No inventes. No hay tal cosa como chiringuitos. O periódicos. Ve a por las niñas. Y cámbialas. Por otras. O por la parejita. Tú querías la parejita. Para jugar al fútbol. Con la niña. Las niñas le ponen más ganas. A ti te gustan... las niñas... o el fútbol... o algo...
—Te estás quedando dormida otra vez. Y te vas a quemar.
— Eso es imposible. No hay oxígeno.
Ella hace agujeros en la arena con los codos como las tortugas. El hombre mira hacia arriba, hacia la sombrilla. Un poco como las tortugas también.
— Bueno. Échales un ojo. Voy a decirles a los del chiringuito lo de comer.
— Comer comida. Melocotones traje.
— ¡Marisa!
— Las... niñas. Por Dios, qué calor.
— Ya voy yo.
— No te mates.
El nadador
— ¿Qué tal está el agua?— Diría que el ph está a 7’1. Ligeramente alcalino. O básico.
— Pues así lo bajas, que tú eres ácido.
— Pero de siete también. Notable.
— Me pregunto si en una piscina se podrá decir algo que no sea una gilipollez.
— Hay gente capaz de articular un discurso coherente en una de bolas y otra que no lo es delante de la Asamblea General de la ONU.
El motor de la depuradora de la cisterna, el clin clin de los hielos, la puya, el paseo, el son, el merengue y el ruido lejano de los camiones llenos de áridos zumban en el aire cabezón.
— ¿Cómo coño sabes lo del ph? ¿Huele?
— Todas las piscinas tienen el ph en siete. Tanto el metano como el cloro son inodoros. Huelen solo mezclados con otras cosas. Cosas horribles. Orina, uñas, heces, sudor, pelo… es el dicloro mezclado con mierda y oxígeno el que huele. Y da conjuntivitis.
Los muy divorciados fulanos de mediana edad recordaban a los niños tristes de bocadillo de mejillones y tres horas de digestión. Las llaves de los coches sobre las mesas de aluminio eran las miguitas para volver por un bosque encantado a un hogar que, como en el relato de Cheever, ya no existía.
— Si mi madre hubiera sabido que la digestión dura de dieciocho a treinta y cinco horas hubiera usado el flotador para las almorranas.
— ¿Qué?
— Yo es que leo las acotaciones.
— Decía Heráclito que nunca se baña uno en el mismo río, porque su flujo cambia, al igual que la persona, permanentemente. De forma inevitable. No sé si se podría decir lo mismo de una piscina.
— Si sales con los ojos rojos ya te digo yo que la persona habrá cambiado, pero el agua, no.
Héroes
— ¿Quien domina el balón, domina el juego. Quien domina el juego, domina la vida.— Elige la vida.
— Pues la del Ronaldo gordo. Ganó dos Copas del Mundo y jugó en el Madrid. Zidane, Guti, Figo, Roberto Carlos, Beckam, Raúl, Casillas… ¡Cuchu Cambiasso!
— ¿Qué dices?
— ¿No dices tú que elija vida? Pues la de este, que se lo pasaba de puta madre. Ahora es el dueño del Valladolid. Tenían que haber sacao más puntos. Diecisiete veces empataron. También es mala hostia.
— Era un eslogan para que no tomaras drogas.
— ¿Quién toma drogas?
— Todos tomamos drogas todo el rato. Sin ellas no hay vida. Ni percepción.
— Digo químicos.
— ¿Y qué crees que son el oxígeno y el hidrógeno? Y el argón. Y el neón. Y el dióxido de carbono. Y el helio.
— Eso no hace daño.
— Oxidan. Matan.
— Pero muy despacito.
Los padres bárbaros se toman un descanso y comparan las mantecas de los chillantes chiquillos de la playa con las de su propia prole.
— ¿Tú siempre quisiste tener críos?
— Es lo natural.
— ¿Para qué?
— Pa mandarles a los recaos.
— ¿Te han ido a alguno?
— Que yo sepa, no hago otra cosa que hacerles recaos yo a ellos. De chaval me pasaba el día yendo a por cosas. A la tienda, al estanco, al taller… Di que sisaba.
— Los tenemos creyendo que van a ser mejores y más felices que nosotros, nos pasamos la vida proporcionándoles información que no escuchan y acaban por copiar exclusivamente nuestros defectos.
— Ah, defectos no tengo. Sacarán los de la madre.
La tentación de hacerse la cama desde dentro
— Yo a un jambo le dije que mi padre me violaba de vez en cuando.
— Tía, hija, qué burra. Tu padre, además, que es un cielo de hombre.— A otro le dije que mi familia tenía casas en Boca Ratón. Y a otro que era cantante de ópera y que no le besaba porque se me emborronaba la glotis.
— Eres lo putopeor.
— Si es que son tontísimos y me aburro mucho. Así no me aburro. Bueno, menos. Ponen unas caras…
Las sibilas, intérpretes de los dioses, solían tener su oráculo en cuevas cerca de corrientes de agua, ondulados ámbitos propicios para la reverberada confusión de sus hexámetros y la ambigüedad de los contornos, espejo acuático para engañar y ser engañados. Las sibilas, como digo, siguen rajando.
— Casi es por hacerles un favor. Así creen que su existencia es emocionante y cosmopolita. A mi lado, claro. Yo les pediría lo mismo. Que inventen. Que imaginen. Vida interior. Pelazo y musculines tienen todos.
— ¿Te gusta que te mientan? ¿Qué harías si te dice uno que es jinete olímpico y luego es segurata?
— Uno me dijo una vez que era Ofiuco. El gilipollas.
— Huy, qué ascazo. ¿Qué es? ¿Como el herpes?
— Un signo del Zodiaco o no sé qué.
— Eso es que era Acuario. Tú igual no eres mala, eres buena asintomática.
— Así maduran. Yo creo que es esta sofoquina; con el calor, como que el coño me pide perfidia.
— Ya. Seguro. La canícula te confunde. Tú eres mala todo el año, tía.
— Portadora solo. Aunque el mundo es grande... Siempre es verano en algún sitio.
Qué ecléctico es usted!
ResponderEliminarMe ha gustado bastante todo ello y he aprendido que existe sicofanta además de sicofante. Y maresía y más cosas. Eso es que hemos empezado bien la semana.
Un saludo
Muchas gracias, muy amable. No trataba de ser pedagógico, es solo que me gustan las palabras. Unas más que otras. Sicofanta es fenomenal.
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