Sábado 22 de abril 2023 Sobre la vida inteligente en el universo hay diferentes conjeturas y suposiciones. Es más: hay hipótesis y paradojas, cosa muy entretenida. Poco más. Al no haber pruebas, exceptuando que aquí no existe ninguna, uno rápidamente se adentra en el mundo de la literatura de ficción o la filosofía. La más común o aceptada teoría es la de Fermi: ¿cómo coño —se interroga— con lo grande que es el universo, no se (nos) ha dado a conocer o hemos conseguido comunicarnos con ninguna otra civilización? Pues eso. Que resulta raro. Una hipótesis que explicaría esta paradoja es la de David Brin del bosque oscuro. Habría gran cantidad de comunidades (o lo que sea) desarrolladas a nuestro alrededor, pero tan paranoicas que evitarían a toda costa revelarse o manifestarse. Como un bosque lleno de cazadores invisibles, todos apostados con la escopeta cargada, pero sin disparar por temor a que otro letal individuo le descubra. Esta idea resultaría a la vez optimista (no estamos solos) y pesimista (nadie nos quiere de vecinos). Yo, por mi parte, creo en la imposibilidad de diálogo con nuestros idénticos semejantes, como vamos viendo aquí semana a semana, así que la probabilidad de entender o de hacer amiguitos listísimos de otros mundos sería tan probable como que los teoremas de Einstein fueran entendidos al ser explicados en un zoológico. Todo esto tiene que ver con los modelos de la teoría de juegos, que aventuran (iba a decir estudian) interacciones entre estructuras formalizadas de incentivos (me encanta). Estas mierdas, claro, se utilizan en economía, por ejemplo, con resultados divertidísimos. Para otro día. |